Punto uno
En cada mañana los dos parecen tres. Lámparas en lunas de queso. Ratones que aman robarle las lágrimas al ciego. En algún día sin tiempo. Pequeño. Dimensiones retóricas en madrugadores faros. Guías del sol. Alas. Tan asquerosas plumas.
Arturo en salsa roja.
Miserable amor. Tan canción. Poesía en peticiones. Cantares en espera de ser escuchados. Cucharadas de salsa para el insípido soñador. Sospechoso.
Hueso material de mujer inmaterial.
Espacio impalpable. Mensajes sin palomas. Escrituras en letras que nadie podrá entender. Caníbal de espíritus somníferos. Barras y aguas. Las guitarras vomitan versos. Los cielos estultos esperan la llegada de una mujer. La mujer inmaterial. Espectro de almas inocentes.
Ángel
En el día que no amaneció, el ángel se sentó y lloró. Se reprochaba por no ser un ángel.
Mañana es sábado
En tus ojos mañana será sábado. Hoy quédate en lo prohibido de algo que no tiene tiempo. En sábado nada se podrá salvar. En tus ojos el universo descansa y destruye.
jueves, 23 de junio de 2011
lunes, 6 de junio de 2011
Exposición del innatismo cartesiano y su contraposición lockeana
I.- Introducción
En el pensamiento cartesiano uno de los tópicos más estudiados es su innatismo, mediante el cual se resuelven cuestiones epistemológicas, ya que, son estas ideas determinadas como las únicas verdades. “Las ideas verdaderas nacidas conmigo, de las cuales es la de Dios la primera y principal” (Descartes, 2006, pág. 160). Este escrito pretende mostrar de una manera descriptiva el planteamiento de esta temática por parte del llamado Padre de la modernidad.
Así, como también su contraste llevado a cabo por el filósofo inglés John Locke, cuyo afán radica en implantar a la experiencia como la generadora de todo saber. Esta contraposición entre lo manifestado por Descartes en su racionalismo y la posición empirista de Locke más allá de ser tomada tan sólo como una disputa dentro de la historia de la filosofía es un tema de reflexión aún muy actual, ya que, la búsqueda de una fuente para validar el conocimiento es vigente hasta nuestros días.
II.- Desarrollo
Innatismo cartesiano
Para explicar esta tesis del pensamiento de Descartes podemos partir de la pregunta: ¿Qué entiende el cartesianismo por idea? Éste percibe a las ideas como contenidos mentales, los cuales poseen la capacidad de representar cosas. “De entre mis pensamientos, unos son como imágenes de cosas, y a éstos solo conviene con propiedad el nombre de idea” (Descartes, 2006, pág. 129).
No obstante, es también preciso señalar una distinción que este pensador hace entre lo que es una imagen y una idea. Específicamente las ideas son formas del intelecto y las imágenes son sucesos cerebrales que corresponden a la imaginación, en consecuencia, éstas se encuentran imposibilitadas para poder por sí mismas acceder al alma . “Imaginar no es sino contemplar la figura o imagen de una cosa corpórea” (Descartes, 2006, pág. 119).
Una definición clásica de idea es la dada por Platón el cual concibió también el innatismo en el hombre, no obstante, lo entendido por Descartes es distinto de lo platónico, puesto que, como ya se mencionó para el primero éstas representan contenidos mentales mientras que para el pensador griego son moldes o arquetipos de los cuales han sido creadas las cosas materiales, además, de que las ideas son independientes de la mente humana y representan la realidad auténtica, en consecuencia, éstas no se encuentran en la realidad física sino en un mundo inteligible (Topus Urano).
Descartes, distinguió tres tipos de ideas: las innatas, las adventicias, las fácticas. “Esas ideas, unas me parecen nacidas conmigo, otras extrañas y venidas de fuera, y otras hechas e inventas por mí mismo” (Descartes, 2006, pág. 130). Esta distinción la realiza en torno a discernir la existencia de cosas fuera del yo-pensante, es decir, mediante el principio de pienso, existo (cogito, sum) Descartes, dejó en claro que el hombre es un ser pensante, por ende, un individuo que tiene ideas.
“Se forman todas imágenes de las cosas que residen en nuestro pensamiento, ya sean verdaderas y reales, ya fingidas y fantásticas” (Descartes, 2006, pág. 110). Por tanto, éste no puede estar seguro si las nociones que posee corresponden a las cosas pertenecientes a la realidad exterior.
Por ideas adventicias, se entiende aquellas que son producidas por el exterior a través de los sentidos. Es decir, son consecuencia del mundo exterior transmitido por lo sensible, por consecuente, son explicadas a partir de la experiencia perceptual que se tiene del mundo. Por lo tanto, son éstas las que permiten el conocimiento empírico. “Tales ideas no dependen de mi voluntad, pues a menudo se me presentan a pesar mío” (Descartes, 2006, pág. 131). Por su parte las ideas facticias, son producto de la propia consciencia mediante el uso de la imaginación, es decir, dependen del poder de ésta. Son construidas a partir de otras ideas.
En lo que respecta a las ideas innatas (que son el objeto de este escrito), el cartesianismo las entiende como el contenido mental que no dependen de la experiencia ni de la imaginación; así pues son comprendidas como las únicas verdades claras y distintas, de las cuales Dios representa la principal. “y más aún: la idea por la que concibo un Dios supremo, eterno, infinito, inmutable, omnisciente, omnipotente y creador universal de todas las cosas que están fuera de él, esa idea, digo ciertamente tiene en sí más realidad objetiva que las que me representan sustancias finitas”. (Descartes, 2006, pág. 133)
Descartes, además, asegura que estas ideas son implantadas en nuestro entendimiento por Dios. ¿Qué se entiende por Dios en este pensamiento? “Por Dios entiendo una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente, que me ha creado a mí mismo y a todas las demás cosas que existen (si es que existe alguna)” (Descartes, 2006, pág. 137).
Al ser poseedor de ideas innatas se tiene la capacidad de pensar, por ende, el cartesianismo no se limitó en un innatismo de los conceptos, sino también manifestó la existencia de principios innatos. Es decir, Descartes consideró a la experiencia perceptual como insuficiente para establecer verdades universales, sin embargo, se cuestiona el porqué entonces tenemos verdades universales concluyendo que éstas son producto de la naturaleza de la propia razón.
Para entender el innatismo cartesiano debemos comprender el sentido que le atribuido a éste. Descartes, no consideró que las ideas innatas se mantengan en un estado de disponibilidad continua a nuestro deseo, sino que deseo comprobar que la experiencia carece de la capacidad para validar los contenidos mentales, así se entiende que está facultad es propia de la naturaleza de la mente.
Por ende, se entiende que toda idea clara que se tiene es innata y a su vez también el conocimiento que procede los principios universales (con esto se determina la actividad del espíritu). Al afirmar esto se fomenta que la idea de carácter deductivo de las ciencias (mediante el uso del método) provocando así un cierto olvido de la experimentación. “En cuanto a las ideas claras y distintas que tengo de las cosas corpóreas, hay algunas que me parece he podido obtener de la idea que tengo de mí mismo; así, las de sustancia, duración, número y otras semejanzas”. (Descartes, 2006, pág. 136).
Contraposición lockeana
Habiendo expuesto a lo referente al innatismo cartesianismo, éste al afirmar la actividad mental como algo innato desacredita a la experiencia como algo que puede otorgar conocimiento seguro a la mente humana. Dentro de las reacciones que se produjeron alrededor de estas afirmaciones se encuentra el filósofo empirista John Locke, el cual se propuso demostrar la inexistencia de estas ideas y principios, en su intención trata de imponer a la percepción de lo exterior como lo que da saber al individuo.
La crítica hecha por Locke parte de la aseveración de que no existe un consenso universal en donde los seres humanos estén de acuerdo con la existencia de principios morales y especulativos, por ejemplo la idea de Dios, que se entendería como una idea innata. “No hay nada que tan comúnmente se dé por sentado como el que existen ciertos principios, especulativos y prácticos (pues de ambos se habla, en los que la humanidad se halla universalmente de acuerdo”. (Locke, 2005, pág. 23)
La postura lockeana trata de implantar a la experiencia como lo que otorga el conocimiento al ser humano, además, de que mediante ésta también se comprueba la falsedad de los consensos universales. “Cómo los hombres, mediante el uso exclusivo de sus facultades naturales, pueden alcanzar todo el conocimiento que poseen sin ayuda de ninguna impresión innata” (Locke, 2005, pág. 23). Ese cuestionar lo responde asegurando que los principios especulativos (innatos), son improbables, ya que, los niños e idiotas carecen de tales principios. “En primer lugar, resulta evidente que niños e idiotas no poseen la menor comprensión o pensamiento de ellos” (Locke, 2005, pág. 24)
Con dicha distinción es precisamente como Locke ve a los principios de lo que es, es y es imposible que la misma cosa sea y no sea; con esa incomprensibilidad demuestra que estos principios no son innatos. “No obstante, me tomo la libertad de decir que tales proposiciones se hallan tan lejos de contar con el asentamiento universal que existe una gran parte de la humanidad para la cual ni siquiera son conocidas”. (Locke, 2005, pág. 24)
Las refutaciones empiristas de Locke claramente siguen los principios de esta postura, pues además, de afirmar que no existe ningún principio originario ni idea moral innata, ya que, todo se adquiere mediante la experiencia, inclusive el lenguaje. Sin embargo, la afirmación que se opone totalmente al planteamiento cartesiano, al asegurar que el entendimiento humano al nacer es una tabula rasa, es decir, un papel en blanco. “Supongamos entonces que la mente está, según se dice, como un papel en blanco, limpio de cualquier impresión sin ninguna idea. (Locke, 2005, pág. 71)
Entonces, el entendimiento del individuo como un papel en blanco se va llenando en base a la misma experiencia de éste. “¿De dónde saca todos los materiales de la razón y el conocimiento? A esto respondo con una palabra: de la EXPERIENCIA. En ella se funda todo nuestro conocimiento, y de ella deriva en última instancia” (Locke, 2005, pág. 71). Es precisamente este argumento lo que se antepone a las aseveraciones epistemológicas cartesianas.
III. Conclusión
En resumen, este trabajo ha tratado de mostrar la discrepancia entre el pensamiento de Descartes y el de Locke. Particularmente, en lo que respecta a la consideración de un innatismo presente en el entendimiento humano (Descartes), y la respuesta que lo descalifica totalmente dejando solamente a la experiencia del mundo sensible como la generadora de ideas (Locke).
Estos pensamientos más de poder ser considerados como factores para formar dicotomías el trabajo filosófico, han sido intentos por disgregar la interrogante del cómo y de dónde procede nuestro entendimiento, porque es algo muy sencillo entregarse a lo ya dado, no obstante, el buscar dar respuesta es precisamente lo valioso para rescatar el pensamiento y labor de los filósofos modernos, los cuales trataron de reformular la manera dogmática de hacer conocimiento. “Cuando los hombres descubrieron ciertas proposiciones generales de las cuales no podía dudarse en cuanto eran comprendidas, sé que esto fue camino corto y fácil para concluir que eran innatas” (Locke, 2005, pág. 67).
En conclusión, tanto el trabajo cartesiano como el lockeano son un punto de partida para cuestionarte en torno a la existencia o inexistencia de conocimiento válido para lo cual debemos mantener una postura filosófica que parta de bases metódicas y de la reflexión de sí mismo. “Soy una cosa que piensa, es decir, que duda, afirma, niega, conoce unas pocas, ignora otras muchas, ama, odia, quiere, no quiere, y que también imagina y siente”. (Descartes, 2006, pág. 127)
Bibliografía
Descartes, R. (2006). Meditaciones Metafísicas. México, D.F.: Tomo.
Locke, J. (2005). Ensayo sobre el entendimiento humano. México, D.F.: Porrúa.
sábado, 7 de mayo de 2011
El reflejo de Narciso
Introducción
Este ensayo se propone mostrar que el sujeto ha renunciado a su capacidad para ser el creador de su existencia; el despojo de su imagen ha facilitado su manipulación, por consecuencia, ha desaparecido la individualización dentro de una comunidad. Esta deserción del humano hacia con su vivir ha sido producida por el régimen autoritario que predomina en la humanidad, ya que, ésta ha establecido a la libertad y al amor como los que deben regir a la vida, sin embargo, éstos han reprimido a los instintos, puesto que, su propósito es refinar la inmundicia del individuo, llevándolo a que se desconozca así mismo. Desembocando en un sujeto que está condenado a vivir ajeno a su propio reflejo, por ende, a morir cuando su imagen sea revelada.
Desarrollo
I. ¿Para qué la libertad?
¿Qué es la libertad? Es la interrogante que ha limitado a la filosofía, pues no es una cuestión que debe ser reflexionada por ésta, esa especulación es asunto de sus artífices (teólogos). La pregunta para la filosofía es: ¿para qué la libertad? La libertad suele ser un tema cuya meditación ha quitado el sueño a muchas personas; sin embargo, este término en la actualidad es sinónimo de angustia, puesto que, nadie desea hacerse responsable de la situación del mundo. Las múltiples concepciones que han surgido en torno a este tema han confundido el sentido de un ser-libre, es decir, un sujeto que no se acongoja por sus actos, descartando así el juzgarlos como buenos o malos.
Suele explicarse a la libertad con un vocablo cristianizado[1], ya que, al decir que nuestro actuar libre es aquel en donde disfruto de un poder de decisión, el cual me responsabiliza de las consecuencias de mí actuar, es inevitable que la incertidumbre se apodere de mí y se comience a crear un sujeto reprimido. Es entonces que podemos decir que la libertad es sólo “la artimaña más desacreditada de los teólogos para responsabilizar a la humanidad de acuerdo con el objetivo que persiguen, esto es, para hacer que dependa de ellos” (Nietzsche, 2004, pág. 61) .
Es preciso extirpar el concepto de libertad de la existencia del sujeto, pues ésta le imposibilita el poder disfrutar el momento. Le hace perder su imagen, puesto que, sólo se mantiene firme en la necesidad de satisfacer a la sociedad que le pide que sus actos sean bondadosos, que emanen amor por los demás, que sus necesidades, tanto corporales y materiales, pasen a un segundo plano. Esto da origen a la hipocresía, a la cual se le desprecia y se le niega, no obstante, es ésta el sostén del antifaz de la libertad, de los seres que viven felices pero insatisfechos.
Es la bondad la falacia más aplaudida de la humanidad, dar sin recibir, aseveran los que dan sus migajas a los pobres, permitiéndose así alzar sus cuellos. Filántropos que juegan con la necesidad del rebaño. Es pues su libertad lo que les permite tener la abundancia que es de todos. Es pues la libertad otro ideal que es impuesto al sujeto. “La hipocresía no es una degeneración que aparezca en el hombre bueno, sino, en cierta medida, la condición requerida para llegar a la bondad” (Nietzsche, 2006, pág. 65).
Los moralistas en su afán de purgar a los instintos del sujeto han condenado a los que se atreven a transgredir su honrosa libertad. Pues aquellos que fornican sin privaciones, que defecan sin la necesidad de un retrete y que comen sin cubiertos, los han denominado libertinos. Éstos han sido nombrados los enemigos de la civilización, provocadores de los males del mundo y cómplices del apocalipsis de la humanidad.
Ahora es preciso preguntarme: ¿existen estos libertinos? La solución me entristece, pues los “buenos” han triunfado, nadie se atreve a infringir la moral libertadora, pues es quizás el camino más seguro para ser salvado, aunque no se tenga la certeza de qué o quién serás emancipado.
¿Por qué tenemos que ser libres? Solamente se necesita escuchar un poco a los instintos para entender que no hay ningún requisito para actuar, ni siquiera es necesario el pensar sí se actúa libremente o no. “El primer imperativo del instinto es que hay ciertas cosas que no se cuestionan” (Nietzsche, 2004, pág. 128). Aún estamos esperando que los sabios puedan definir a la libertad. Seguimos reprimiendo nuestros pensamientos salvajes, que exigen placer.
Ignoramos que somos feos, que nuestro cuerpo es deplorable, que estamos deformes; que la belleza es otro ideal. No tenemos la capacidad para detectar que lo bello sólo es un estándar que se impone para eliminar nuestros impulsos. Que regula cuándo debe haber sexo y qué comer. Ahora es preciso analizar el siguiente término que envenena a la individualización, que destroza la necesidad de vivir. Este concepto es quizás lo más sublime de la vida, lo que más se desea para ser dichoso, lo anterior nos remite a pensar en el amor.
II. ¿El amor una institución burguesa?
Siguiendo lo dicho por Nietzsche, he afirmado que la libertad es un engaño de los teólogos, y que ésta nos hace responsables de nuestros actos suscitando la neutralización de los instintos. Ahora trastocaré al amor, un negocio sucio y que la humanidad difunde sin mesura. ¡Qué nadie se atreva a tocar el concepto del amor! Es la amenaza de los teólogos. ¡Qué los enamorados sigan pagando por tener pasión! Con entusiasmo pregonan los capitalistas. No es mi objetivo analizar el origen o definición del amor. Mi propósito es apelar por la destrucción de éste, difuminar la niebla que desorienta al individuo en su afán de huir de la soledad.
Se ha cansado la humanidad de asegurar que el amor es un sentimiento sublime, que exige algo místico, una unión de almas y demás ridículos argumentos que defienden lo puro de algo que es oscuro. Debe aceptarse que esta afinidad es el medio por el cual te despojas de la individualidad. Un simple juego de niños farsantes, un placer que te obliga a prometer fidelidad, que te exige cumplir un contrato moral y principalmente te hace derrochar tu dinero, pues mantener viva la llama del amor, tiene un precio. Cada beso, abrazo y por supuesto el sexo, tienen un costo mayor de lo que pueden valer bellos poemas, es una cuota que la mayoría está dispuesta a pagar. Entonces ¿es el amor una institución burguesa?
El que una persona que te exprese frases que alardeen lo repugnante de tu cuerpo y además insista en que tu personalidad es única elevan la autoestima y es entonces ineludible que se esté dispuesto a pagar cualquier precio por mantener a tu lado aquellas hipócritas consignas. Por ende, nos vemos obligados a mantenernos dentro de la moral libertadora, puesto que, cuanto más estén nuestros instintos purificados más atractivo somos a los demás y el precio por nuestra compañía será mayor, por consecuencia, la ganancia para los comerciantes del amor es prolífica.
Es el miedo a estar solos y que nuestra finitud consuma lo insignificante de nuestra existencia otro motivo para que respetemos este código humano. El amor es la manera por la cual al humano se le permite prolongar su dinastía de una manera honrosa, sin criticas de la sociedad, puesto que, todo lo que se hace por amor es considerado lo más extraordinario. “En el amor y por él buscamos perpetuarnos y sólo nos perpetuamos sobre la Tierra a condición de morir, de entrega a otros nuestra vida” (Unamuno, 2003, pág. 95).
Son las mujeres cómplices de la sustanciosa ganancia que genera el amor, pues son éstas: entes que exaltan sus sentimientos y exigen ser amadas. Venden su cuerpo y lo disfrazan con la moral libertadora, dado que, su vestir provocativo que las coloca sólo como objetos de deseo, no es condenable para los moralistas, sin embargo, aquellas que abiertamente reciben un pago por la transacción de su cuerpo éstos las han llamado prostitutas. No obstante, la mujer que no desea ser llamada así se somete a los intereses de su domador, al cual adjetiva como esposo, a éste sólo le importa su cuerpo y que sea la servidumbre de su linaje. “La moral secreta, inconfesa y hasta inconsciente pero innata de las mujeres, consiste en esto: Tenemos fundado derecho a engañar a quienes se imaginan que, proveyendo económicamente a nuestra subsistencia, pueden confiscar en provecho suyo los derechos de la especie” (Schopenhauer, 2009, pág. 60).
Sin embargo, el amor ha robado al sujeto su imagen, ha hecho turbia el agua en donde éste podía ver su reflejo; le ha robado la pasión para sí mismo. Hemos sido condenados a morir cuando lo repulsivo de nuestro cuerpo sea revelado, ha llegado el tiempo para dejar de ser amados, y que el odio se apodere de la humanidad, que la envidia venza a la filantropía. Aún el individuo puede redimir su amor propio. Es tiempo de que Eco[2] enmudezca, llego la hora de que Narciso[3] siga amándose.
III. Pasión para sí mismo.
“Narciso vivirá eternamente, si nunca se conoce” (Garibay, 2006, pág. 257). Las sombras han confundido al sujeto, cree conocerse y es su imagen lo que más ignora. Somos condenados desde nuestro nacimiento a sentirnos ajenos a lo que somos, es decir, se nos somete a creer que tenemos un destino o que nosotros lo construimos, pero, es un engaño, los objetivos son imposibles, son efímeros.
Nuestra fatalidad es sometida por metas (propósitos de vida), que te exigen un esfuerzo, que te piden sudar sangre para disfrutar tu vida, y el hedonismo es guardado en el baúl de lo añorado. Piensa en tu futuro, es la filosofía de los ganadores, sin embargo, para un individuo infeliz el tiempo se hace estático. No hay prosperidad para alguien que no se somete a los códigos humanos, no se aceptan individuos que no estén dispuestos a difuminar sus defectos. Los lamentos se apoderan de las víctimas de la libertad y el amor. Se nos implora ser agradables para los demás, pues ¿quién está satisfecho sabiendo que comparte este mundo con sujetos que aceptan su fealdad?
Aceptemos pues a Narciso como ejemplo: sobrevaloremos nuestra imagen. Que ese falso reflejo sea asesinado y que renazca nuestra imagen real. Admiremos nuestra monstruosidad, contemplemos nuestra desnudez. Llenemos de grasa nuestro cuerpo, que nuestro desabrigo sea cubierto con una profunda introspección. No confundamos la pasión para sí mismo de Narciso con el Narcisismo[4], no se trata de llenar de basura nuestra imagen, sino de apasionarse por nuestra fealdad, verse completo sin superfluos accesorios capitalistas.
Es tiempo de que veamos nuestro reflejo, que se descubra un sujeto de carne y hueso. Un sujeto creado a su imagen y semejanza. Es tiempo de que los buscadores de ideales, sean contagiados del desengaño de los seguidores de Narciso. “Habla el desengaño: buscaba grandes hombres y no he encontrado más que monos imitadores de su ideal” (Nietzsche, 2004, pág. 19). Ya no hay cabida para los forjadores de libertad; ya terminó la era de los revolucionarios, que la sangre derramada por la violencia de estos embusteros se limpie con sus mantas que buscaban libertad.
Desde su nacimiento el individuo nace en la nada, es decir, no tiene ideales. Es un animal instintivo que sólo come y defeca. Este vacío innato se pretende llenar con decisiones libres y hacer dichoso con el amor, sin embargo, se debe entender que se nace sin nada y se muere de la misma manera. Es decir, la vida de un sujeto es lo que su libertinaje hizo de él. Lo instintivo es lo dichoso, es lo que debe dar abundancia, sin privaciones, sin responsabilidades. Cuando se somete las decisiones a la moral ya se está construyendo esa imagen falsa, se está renunciando a poder apasionarse de sí mismo. Es entonces la renuncia a todo lo ajeno a mí lo que forja las bases para un existencialismo nihilista. Ser un apasionado de sí mismo, no significa actuar como un ser-antisocial, porque entonces se está siendo sólo un arma más del sistema.
Se trata de convivir en paz, recibir lo que la humanidad ha creado sin la necesidad de hacerse dependiente de ello. Así mismo se compromete a corresponder dicho gesto con lo que su potencial pueda edificar, puesto que, un individuo realizado y pleno tiene un potencial infinito, ya que, explota sus intereses. El sujeto debe entender que no será guiado en el laberinto de la vida por el hilo de Ariadna[5], pues al ser guiado se está siendo ayudado a crear una fatalidad engañosa. Cuando finalmente el individuo acepte su verdadero rosto el camino a la fatalidad será más sencillo y el dolor será un concepto erradicado de su vida.
Conclusión
En conclusión, la humanidad que alardea de grandes avances tecnológicos y que busca siempre la paz se ha rebajado a ser sólo un simple rebaño controlado por un pastor que se niega a manifestar en el mundo su propagada bondad; no obstante, sus contactos en la Tierra han calmado la desesperación del individuo al decirle que es libre y que honra a su linaje fornicando con amor. La esperanza de la salvación y de una existencia inmortal han forjado en el sujeto una imagen falsa; al sentirse una creación hecha a imagen y semejanza de un ser divino se funda un reflejo sublimizado. Nos venden belleza física que sólo nos empobrece y arrebata la pujanza de poder reflejar lo real, lo que han denominado como fealdad.
Es el renacimiento de Narciso, es decir, el apasionarse por sí mismo lo que traerá al individuo su verdadera imagen la que es de carne y hueso, la que forja a los humanos que buscan los medios propios para emanciparse de la miseria cristiana y moralista. “Y este hombre concreto, de carne y hueso, es el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofía” (Unamuno, 2003, pág. 3).
Se ha asentado las bases para que se desarrolle un existencialismo nihilista, aquel que busca sacar del individuo toda falsa promesa de progreso, toda culpa de ser mortal, que desvincula al hombre de todo pecado capital y que lo lleva a no ser considerado como uno más. Así pues que todo sujeto emancipado se acerque a está corriente y la enriquezca de individualidad, y que difunda que la sociedad ha muerto con el resurgimiento de Narciso.
El hilo de Ariadna se ha roto, el hombre está solo, perdido en el caos de la vida. Ha partido del vacío de su existencia para enriquecerse de sus intereses y su único fin es la nada. Que la claridad del agua libertina muestre la imagen que repugna a teólogos y capitalistas.
[1] “Después del ideal occidental de la libertad ilimitada; después de la concepción marxista de la libertad como yugo aceptado y necesario, he aquí la verdadera definición cristiana de la libertad: la libertad es autorrestricción. La restricción de sí mismo por amor a los otros” (Encina, 1985, pág. 106).
[2] La ninfa Eco, la cual ya no podía utilizar su voz, excepto para repetir tontamente la de otra persona: un castigo por haber entretenido a Hera con largas historias mientras las concubinas de Zeus hacían su escapatoria. (Graves, 2005, pág. 94)
[3] Hermosísimo joven, hijo del río Cefiso y de la ninfa Liriope. Cuando nació, el vidente Tiresias dijo a su madre: Narciso vivirá eternamente, si nunca se conoce. Todos se enamoraban de su hermosura y lo buscaban. Desdeñoso él huía. (Garibay, 2006, pág. 257)
[4] El narcisismo es una enfermedad tanto psicológica como cultural. En el plano individual, denota un trastorno de la personalidad caracterizado por una dedicación desmesurada a la imagen en detrimento del yo. (Lowen, 1997, pág. 11)
[5] Hija de Minos y Pasifea. Cuando fue a Creta Teseo ella se enamoró locamente de él y al entrar al Laberinto para matar al Minotauro le dio una madeja de hilo para que ir andando lo fuera dejando caer y mediante él hallara el camino para regresar. (Garibay, 2006, pág. 72)
Bibliografía
Encina, G. S. (1985). URSS: ¿Reencuentro con Dios? Santiago de Chile, Chile: Andres Bello.
Garibay, Á. M. (2006). Mitología griega. México: Porrúa.
Graves, R. (2005). Los mitos griegos. España: Ariel.
Lowen, A. (1997). El narcisismo. La enfermedad de nuestros tiempos. Nueva York: Paidós.
Nietzsche, F. (2004). Cómo se filosofa a martillazos. México: Tomo.
Nietzsche, F. (2006). Más allá del bien y del mal. Estado de México: Leyenda.
Schopenhauer, A. (2009). El amor, las mujeres y la muerte y otros ensayos. México: Tomo.
Unamuno, M. d. (2003). Del sentimiento trágico de la vida. México: Porrúa.
Este ensayo se propone mostrar que el sujeto ha renunciado a su capacidad para ser el creador de su existencia; el despojo de su imagen ha facilitado su manipulación, por consecuencia, ha desaparecido la individualización dentro de una comunidad. Esta deserción del humano hacia con su vivir ha sido producida por el régimen autoritario que predomina en la humanidad, ya que, ésta ha establecido a la libertad y al amor como los que deben regir a la vida, sin embargo, éstos han reprimido a los instintos, puesto que, su propósito es refinar la inmundicia del individuo, llevándolo a que se desconozca así mismo. Desembocando en un sujeto que está condenado a vivir ajeno a su propio reflejo, por ende, a morir cuando su imagen sea revelada.
Desarrollo
I. ¿Para qué la libertad?
¿Qué es la libertad? Es la interrogante que ha limitado a la filosofía, pues no es una cuestión que debe ser reflexionada por ésta, esa especulación es asunto de sus artífices (teólogos). La pregunta para la filosofía es: ¿para qué la libertad? La libertad suele ser un tema cuya meditación ha quitado el sueño a muchas personas; sin embargo, este término en la actualidad es sinónimo de angustia, puesto que, nadie desea hacerse responsable de la situación del mundo. Las múltiples concepciones que han surgido en torno a este tema han confundido el sentido de un ser-libre, es decir, un sujeto que no se acongoja por sus actos, descartando así el juzgarlos como buenos o malos.
Suele explicarse a la libertad con un vocablo cristianizado[1], ya que, al decir que nuestro actuar libre es aquel en donde disfruto de un poder de decisión, el cual me responsabiliza de las consecuencias de mí actuar, es inevitable que la incertidumbre se apodere de mí y se comience a crear un sujeto reprimido. Es entonces que podemos decir que la libertad es sólo “la artimaña más desacreditada de los teólogos para responsabilizar a la humanidad de acuerdo con el objetivo que persiguen, esto es, para hacer que dependa de ellos” (Nietzsche, 2004, pág. 61) .
Es preciso extirpar el concepto de libertad de la existencia del sujeto, pues ésta le imposibilita el poder disfrutar el momento. Le hace perder su imagen, puesto que, sólo se mantiene firme en la necesidad de satisfacer a la sociedad que le pide que sus actos sean bondadosos, que emanen amor por los demás, que sus necesidades, tanto corporales y materiales, pasen a un segundo plano. Esto da origen a la hipocresía, a la cual se le desprecia y se le niega, no obstante, es ésta el sostén del antifaz de la libertad, de los seres que viven felices pero insatisfechos.
Es la bondad la falacia más aplaudida de la humanidad, dar sin recibir, aseveran los que dan sus migajas a los pobres, permitiéndose así alzar sus cuellos. Filántropos que juegan con la necesidad del rebaño. Es pues su libertad lo que les permite tener la abundancia que es de todos. Es pues la libertad otro ideal que es impuesto al sujeto. “La hipocresía no es una degeneración que aparezca en el hombre bueno, sino, en cierta medida, la condición requerida para llegar a la bondad” (Nietzsche, 2006, pág. 65).
Los moralistas en su afán de purgar a los instintos del sujeto han condenado a los que se atreven a transgredir su honrosa libertad. Pues aquellos que fornican sin privaciones, que defecan sin la necesidad de un retrete y que comen sin cubiertos, los han denominado libertinos. Éstos han sido nombrados los enemigos de la civilización, provocadores de los males del mundo y cómplices del apocalipsis de la humanidad.
Ahora es preciso preguntarme: ¿existen estos libertinos? La solución me entristece, pues los “buenos” han triunfado, nadie se atreve a infringir la moral libertadora, pues es quizás el camino más seguro para ser salvado, aunque no se tenga la certeza de qué o quién serás emancipado.
¿Por qué tenemos que ser libres? Solamente se necesita escuchar un poco a los instintos para entender que no hay ningún requisito para actuar, ni siquiera es necesario el pensar sí se actúa libremente o no. “El primer imperativo del instinto es que hay ciertas cosas que no se cuestionan” (Nietzsche, 2004, pág. 128). Aún estamos esperando que los sabios puedan definir a la libertad. Seguimos reprimiendo nuestros pensamientos salvajes, que exigen placer.
Ignoramos que somos feos, que nuestro cuerpo es deplorable, que estamos deformes; que la belleza es otro ideal. No tenemos la capacidad para detectar que lo bello sólo es un estándar que se impone para eliminar nuestros impulsos. Que regula cuándo debe haber sexo y qué comer. Ahora es preciso analizar el siguiente término que envenena a la individualización, que destroza la necesidad de vivir. Este concepto es quizás lo más sublime de la vida, lo que más se desea para ser dichoso, lo anterior nos remite a pensar en el amor.
II. ¿El amor una institución burguesa?
Siguiendo lo dicho por Nietzsche, he afirmado que la libertad es un engaño de los teólogos, y que ésta nos hace responsables de nuestros actos suscitando la neutralización de los instintos. Ahora trastocaré al amor, un negocio sucio y que la humanidad difunde sin mesura. ¡Qué nadie se atreva a tocar el concepto del amor! Es la amenaza de los teólogos. ¡Qué los enamorados sigan pagando por tener pasión! Con entusiasmo pregonan los capitalistas. No es mi objetivo analizar el origen o definición del amor. Mi propósito es apelar por la destrucción de éste, difuminar la niebla que desorienta al individuo en su afán de huir de la soledad.
Se ha cansado la humanidad de asegurar que el amor es un sentimiento sublime, que exige algo místico, una unión de almas y demás ridículos argumentos que defienden lo puro de algo que es oscuro. Debe aceptarse que esta afinidad es el medio por el cual te despojas de la individualidad. Un simple juego de niños farsantes, un placer que te obliga a prometer fidelidad, que te exige cumplir un contrato moral y principalmente te hace derrochar tu dinero, pues mantener viva la llama del amor, tiene un precio. Cada beso, abrazo y por supuesto el sexo, tienen un costo mayor de lo que pueden valer bellos poemas, es una cuota que la mayoría está dispuesta a pagar. Entonces ¿es el amor una institución burguesa?
El que una persona que te exprese frases que alardeen lo repugnante de tu cuerpo y además insista en que tu personalidad es única elevan la autoestima y es entonces ineludible que se esté dispuesto a pagar cualquier precio por mantener a tu lado aquellas hipócritas consignas. Por ende, nos vemos obligados a mantenernos dentro de la moral libertadora, puesto que, cuanto más estén nuestros instintos purificados más atractivo somos a los demás y el precio por nuestra compañía será mayor, por consecuencia, la ganancia para los comerciantes del amor es prolífica.
Es el miedo a estar solos y que nuestra finitud consuma lo insignificante de nuestra existencia otro motivo para que respetemos este código humano. El amor es la manera por la cual al humano se le permite prolongar su dinastía de una manera honrosa, sin criticas de la sociedad, puesto que, todo lo que se hace por amor es considerado lo más extraordinario. “En el amor y por él buscamos perpetuarnos y sólo nos perpetuamos sobre la Tierra a condición de morir, de entrega a otros nuestra vida” (Unamuno, 2003, pág. 95).
Son las mujeres cómplices de la sustanciosa ganancia que genera el amor, pues son éstas: entes que exaltan sus sentimientos y exigen ser amadas. Venden su cuerpo y lo disfrazan con la moral libertadora, dado que, su vestir provocativo que las coloca sólo como objetos de deseo, no es condenable para los moralistas, sin embargo, aquellas que abiertamente reciben un pago por la transacción de su cuerpo éstos las han llamado prostitutas. No obstante, la mujer que no desea ser llamada así se somete a los intereses de su domador, al cual adjetiva como esposo, a éste sólo le importa su cuerpo y que sea la servidumbre de su linaje. “La moral secreta, inconfesa y hasta inconsciente pero innata de las mujeres, consiste en esto: Tenemos fundado derecho a engañar a quienes se imaginan que, proveyendo económicamente a nuestra subsistencia, pueden confiscar en provecho suyo los derechos de la especie” (Schopenhauer, 2009, pág. 60).
Sin embargo, el amor ha robado al sujeto su imagen, ha hecho turbia el agua en donde éste podía ver su reflejo; le ha robado la pasión para sí mismo. Hemos sido condenados a morir cuando lo repulsivo de nuestro cuerpo sea revelado, ha llegado el tiempo para dejar de ser amados, y que el odio se apodere de la humanidad, que la envidia venza a la filantropía. Aún el individuo puede redimir su amor propio. Es tiempo de que Eco[2] enmudezca, llego la hora de que Narciso[3] siga amándose.
III. Pasión para sí mismo.
“Narciso vivirá eternamente, si nunca se conoce” (Garibay, 2006, pág. 257). Las sombras han confundido al sujeto, cree conocerse y es su imagen lo que más ignora. Somos condenados desde nuestro nacimiento a sentirnos ajenos a lo que somos, es decir, se nos somete a creer que tenemos un destino o que nosotros lo construimos, pero, es un engaño, los objetivos son imposibles, son efímeros.
Nuestra fatalidad es sometida por metas (propósitos de vida), que te exigen un esfuerzo, que te piden sudar sangre para disfrutar tu vida, y el hedonismo es guardado en el baúl de lo añorado. Piensa en tu futuro, es la filosofía de los ganadores, sin embargo, para un individuo infeliz el tiempo se hace estático. No hay prosperidad para alguien que no se somete a los códigos humanos, no se aceptan individuos que no estén dispuestos a difuminar sus defectos. Los lamentos se apoderan de las víctimas de la libertad y el amor. Se nos implora ser agradables para los demás, pues ¿quién está satisfecho sabiendo que comparte este mundo con sujetos que aceptan su fealdad?
Aceptemos pues a Narciso como ejemplo: sobrevaloremos nuestra imagen. Que ese falso reflejo sea asesinado y que renazca nuestra imagen real. Admiremos nuestra monstruosidad, contemplemos nuestra desnudez. Llenemos de grasa nuestro cuerpo, que nuestro desabrigo sea cubierto con una profunda introspección. No confundamos la pasión para sí mismo de Narciso con el Narcisismo[4], no se trata de llenar de basura nuestra imagen, sino de apasionarse por nuestra fealdad, verse completo sin superfluos accesorios capitalistas.
Es tiempo de que veamos nuestro reflejo, que se descubra un sujeto de carne y hueso. Un sujeto creado a su imagen y semejanza. Es tiempo de que los buscadores de ideales, sean contagiados del desengaño de los seguidores de Narciso. “Habla el desengaño: buscaba grandes hombres y no he encontrado más que monos imitadores de su ideal” (Nietzsche, 2004, pág. 19). Ya no hay cabida para los forjadores de libertad; ya terminó la era de los revolucionarios, que la sangre derramada por la violencia de estos embusteros se limpie con sus mantas que buscaban libertad.
Desde su nacimiento el individuo nace en la nada, es decir, no tiene ideales. Es un animal instintivo que sólo come y defeca. Este vacío innato se pretende llenar con decisiones libres y hacer dichoso con el amor, sin embargo, se debe entender que se nace sin nada y se muere de la misma manera. Es decir, la vida de un sujeto es lo que su libertinaje hizo de él. Lo instintivo es lo dichoso, es lo que debe dar abundancia, sin privaciones, sin responsabilidades. Cuando se somete las decisiones a la moral ya se está construyendo esa imagen falsa, se está renunciando a poder apasionarse de sí mismo. Es entonces la renuncia a todo lo ajeno a mí lo que forja las bases para un existencialismo nihilista. Ser un apasionado de sí mismo, no significa actuar como un ser-antisocial, porque entonces se está siendo sólo un arma más del sistema.
Se trata de convivir en paz, recibir lo que la humanidad ha creado sin la necesidad de hacerse dependiente de ello. Así mismo se compromete a corresponder dicho gesto con lo que su potencial pueda edificar, puesto que, un individuo realizado y pleno tiene un potencial infinito, ya que, explota sus intereses. El sujeto debe entender que no será guiado en el laberinto de la vida por el hilo de Ariadna[5], pues al ser guiado se está siendo ayudado a crear una fatalidad engañosa. Cuando finalmente el individuo acepte su verdadero rosto el camino a la fatalidad será más sencillo y el dolor será un concepto erradicado de su vida.
Conclusión
En conclusión, la humanidad que alardea de grandes avances tecnológicos y que busca siempre la paz se ha rebajado a ser sólo un simple rebaño controlado por un pastor que se niega a manifestar en el mundo su propagada bondad; no obstante, sus contactos en la Tierra han calmado la desesperación del individuo al decirle que es libre y que honra a su linaje fornicando con amor. La esperanza de la salvación y de una existencia inmortal han forjado en el sujeto una imagen falsa; al sentirse una creación hecha a imagen y semejanza de un ser divino se funda un reflejo sublimizado. Nos venden belleza física que sólo nos empobrece y arrebata la pujanza de poder reflejar lo real, lo que han denominado como fealdad.
Es el renacimiento de Narciso, es decir, el apasionarse por sí mismo lo que traerá al individuo su verdadera imagen la que es de carne y hueso, la que forja a los humanos que buscan los medios propios para emanciparse de la miseria cristiana y moralista. “Y este hombre concreto, de carne y hueso, es el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofía” (Unamuno, 2003, pág. 3).
Se ha asentado las bases para que se desarrolle un existencialismo nihilista, aquel que busca sacar del individuo toda falsa promesa de progreso, toda culpa de ser mortal, que desvincula al hombre de todo pecado capital y que lo lleva a no ser considerado como uno más. Así pues que todo sujeto emancipado se acerque a está corriente y la enriquezca de individualidad, y que difunda que la sociedad ha muerto con el resurgimiento de Narciso.
El hilo de Ariadna se ha roto, el hombre está solo, perdido en el caos de la vida. Ha partido del vacío de su existencia para enriquecerse de sus intereses y su único fin es la nada. Que la claridad del agua libertina muestre la imagen que repugna a teólogos y capitalistas.
[1] “Después del ideal occidental de la libertad ilimitada; después de la concepción marxista de la libertad como yugo aceptado y necesario, he aquí la verdadera definición cristiana de la libertad: la libertad es autorrestricción. La restricción de sí mismo por amor a los otros” (Encina, 1985, pág. 106).
[2] La ninfa Eco, la cual ya no podía utilizar su voz, excepto para repetir tontamente la de otra persona: un castigo por haber entretenido a Hera con largas historias mientras las concubinas de Zeus hacían su escapatoria. (Graves, 2005, pág. 94)
[3] Hermosísimo joven, hijo del río Cefiso y de la ninfa Liriope. Cuando nació, el vidente Tiresias dijo a su madre: Narciso vivirá eternamente, si nunca se conoce. Todos se enamoraban de su hermosura y lo buscaban. Desdeñoso él huía. (Garibay, 2006, pág. 257)
[4] El narcisismo es una enfermedad tanto psicológica como cultural. En el plano individual, denota un trastorno de la personalidad caracterizado por una dedicación desmesurada a la imagen en detrimento del yo. (Lowen, 1997, pág. 11)
[5] Hija de Minos y Pasifea. Cuando fue a Creta Teseo ella se enamoró locamente de él y al entrar al Laberinto para matar al Minotauro le dio una madeja de hilo para que ir andando lo fuera dejando caer y mediante él hallara el camino para regresar. (Garibay, 2006, pág. 72)
Bibliografía
Encina, G. S. (1985). URSS: ¿Reencuentro con Dios? Santiago de Chile, Chile: Andres Bello.
Garibay, Á. M. (2006). Mitología griega. México: Porrúa.
Graves, R. (2005). Los mitos griegos. España: Ariel.
Lowen, A. (1997). El narcisismo. La enfermedad de nuestros tiempos. Nueva York: Paidós.
Nietzsche, F. (2004). Cómo se filosofa a martillazos. México: Tomo.
Nietzsche, F. (2006). Más allá del bien y del mal. Estado de México: Leyenda.
Schopenhauer, A. (2009). El amor, las mujeres y la muerte y otros ensayos. México: Tomo.
Unamuno, M. d. (2003). Del sentimiento trágico de la vida. México: Porrúa.
lunes, 24 de enero de 2011
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