sábado, 4 de diciembre de 2010

La virtud y las pasiones según Santo Tomás de Aquino

La virtud

El estudio y reflexión acerca de la virtud ha sido un tema general desde la filosofía antigua. Por ende este tema no podía ser ajeno al filósofo y teólogo Tomás de Aquino. Aristóteles había elaborado su doctrina acerca de la virtud, para él la definición de virtud pasa por la fuerza física a la fuerza y energía espiritual, o bien, la perfección de las potencias en orden para la actividad más humana, la del orden moral. Entonces la definición tomista de la virtud es fiel al pensamiento aristotélico, solamente separándose en cuestión de las virtudes teológicas (virtudes que fueron desconocidas para Aristóteles).

La concepción de Santo Tomás dice que la virtud es un hábito o disposición estable de las facultades del alma, gracias al cual ésta puede alcanzar más fácilmente los fines que le son propios. Es decir, disposición para obrar bien. Estos hábitos del alma se adquieren con el ejercicio y la repetición, y por ende nos llevan a la realización de la vida buena. A diferencia del intelectualismo moral, y siguiendo a Aristóteles, Santo Tomás consideró que para la conducta buena no es suficiente que la razón nos enseñe correctamente el deber, además es preciso que la facultad apetitiva esté bien dispuesta mediante el hábito de la virtud moral. Dado que en el alma humana encontramos el entendimiento y las facultades apetitivas (la voluntad y el apetito inferior), y que las virtudes son perfecciones de dichas facultades, entonces, podremos encontrar dos tipos generales de virtudes: las intelectuales y las morales.

Las virtudes morales, según Santo Tomás, perfeccionan las facultades o potencias apetitivas, en tanto las inferiores o apetitos sensibles, mediante estas virtudes nuestras facultades apetitivas se inclinan hacia lo conveniente y conforme al juicio de la razón. Es la repetición de los actos los que provocan en nosotros la aparición de los hábitos o disposiciones estables, gracias a los cuales nuestra alma puede obrar en determinada dirección con facilidad. Es decir, cuando estos hábitos nos predisponen adecuadamente para el cumplimiento del bien reciben el nombre de virtudes y en caso contrario de vicios.

La ética tomista considera a la virtud moral como el justo medio, ya que, el bien moral consiste en la conformidad del acto voluntario con la regla dictada por la razón, y la igualdad o conformidad es un objetivo o independiente de las peculiaridades del sujeto y consiste en dar a cada uno lo que se debe, ni más ni menos.

En el caso de la templanza y la fortaleza, virtudes que tienen como objeto el control de las pasiones (tema que abordaré más adelante), el medio virtuoso no es el mismo para todos los hombres sino que depende de las peculiaridades de cada persona y de las circunstancias. Santo Tomás para ejemplificar la idea del justo medio, utiliza el ejemplo del magnánimo: es preciso saber administrar la generosidad, pues en ella cabe el exceso y el defecto; se es magnánimo cuando se es generoso al máximo, pero se puede caer en el exceso si lo somos sin atender a las circunstancias: donde no debemos serlo, o cuando no debemos serlo, o por una razón inconveniente; y se cae en el defecto cuando no tendemos a ello cuándo y dónde es necesario.
Dado que las virtudes morales son perfecciones de las facultades apetitivas podemos fijarnos en el tipo de apetito para hacer una clasificación de las virtudes.

El siguiente esquema describe las virtudes morales más importantes:

I. Virtud que perfecciona el apetito superior o voluntad:

- la justicia: reside en la voluntad y consiste en el hábito de dar a cada uno lo que le corresponde:

• Cuando la justicia se refiere al bien de toda la comunidad se llama justicia general o legal.

• Cuando se refiere al bien de cada individuo se divide en:

o distributiva: por ella la sociedad da a cada uno de los miembros lo que le corresponde en función de sus méritos y circunstancias.

o conmutativa: rige los intercambios entre los individuos y consiste en dar lo igual por lo igual.

II. Virtudes que perfeccionan el apetito inferior (irascible y concupiscible): están relacionadas con las pasiones:

• Fortaleza: el apetito irascible es el responsable de la pasión hacia los bienes difíciles de conseguir o audacia y de la pasión hacia los males difíciles de evitar o temor; la fortaleza domina precisamente estas pasiones y nos ayuda a hacer el bien aunque alguna otra cosa nos dañe o amenace dañarnos y nos dificulte la acción buena.

• Templanza: el apetito sensitivo concupiscible nos lleva a buscar los bienes sensibles y a huir de los males sensibles, y nos puede arrastrar hacia bienes sensibles contrarios al bien de la razón. La templanza modera este apetito y nos ayuda a seguir queriendo el bien propuesto por la razón a pesar de la atracción que podamos tener hacia un bien sensible contrario; nos permite hacer el bien aunque una cosa nos guste o no nos guste.

Es común denominar “virtudes cardinales” a las cuatro virtudes fundamentales de la vida moral: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. A estas virtudes “naturales” añade Santo Tomás otras “sobrenaturales” o teologales: tienen como objetivo Dios mismo y perfeccionan la disposición humana dirigida al orden sobrenatural: fe (creer en Dios y en su palabra revelada), esperanza (confiar en la gracia de Dios para la realización de nuestra felicidad en la vida eterna) y caridad (amar a Dios sobre todas las cosas y a los demás como a nosotros mismos por amor de Dios). Éstas son infundidas en nosotros por Dios.

A continuación, dos citas de Santo Tomás referentes a la virtud:

Santo Tomás, Suma Teológica I-II, cuestión 55, artículo 3
(...) El fin de la virtud, por tratarse de un hábito operativo, es la misma operación. Pero hay que notar que unos hábitos operativos disponen siempre para el mal, como son los hábitos viciosos; otros disponen unas veces para el bien y otras veces para el mal, como la opinión, que puede ser verdadera o falsa; la virtud, en cambio, es un hábito que dispone siempre para el bien. Por eso, para distinguir la virtud de los hábitos que disponen siempre para el mal, se dice por la que se vive rectamente; y para distinguirla de aquellos otros que unas veces inclinan al bien y otras veces al mal, se dice de la cual nadie usa mal. (...)

Santo Tomás, Suma Teológica I-II, cuestión 55, artículo 4
La virtud humana es un hábito que perfecciona al hombre para obrar bien. Ahora bien, en el hombre hay un doble principio de actos humanos, a saber, el entendimiento o razón, y el apetito, pues éstos son los dos motores que hay en el hombre, según se dice en el libro III De anima. Por consiguiente, es necesario que toda virtud humana perfeccione a uno de estos principios. Si perfecciona, pues, al entendimiento, especulativo o práctico, para el bien obrar del hombre, será una virtud intelectual; y, si perfecciona la parte apetitiva, será una virtud moral. Resulta, por tanto, que toda virtud humana o es intelectual o es moral.

Las pasiones

Para Santo Tomás, las pasiones son fuentes del dinamismo humano. Paradójicamente la pasión verdadera es acción, en su acepción propia es un cierto movimiento o conmoción según la alteración. En cuanto al número de las pasiones Aristóteles y Santo Tomás coinciden en que son once. Seis del apetito concupiscible: amor, odio, alegría o gozo, tristeza, deseo y aversión. Cinco del apetito irascible: esperanza, desesperación, audacia, temor y la ira.

El amor es la pasión fundamental y la que nos hace participar activamente en la vida del otro, ayudándolo a construir su bienestar. Amar es querer el bien del amado. El origen de todas las pasiones es el amor, pues como dijo San Agustín “el amor que desea tener lo que ama, es codicia; el que le tiene ya y goza de ello, es alegría; el amor que huye de lo que le es contrario es temor y si lo que le es contrario le sucede, es tristeza.” (Agustín, 1968). El odio es la contrariedad que se experimenta al sentirse opuesto a otra persona y se manifiesta por un estado de hostilidad permanente frente a ella. El amor y el odio son las pasiones primitivas porque de la atracción al bien, presente o ausente como de la repulsión al mal, también presente y ausente surgen respectivamente : el gozo, el deseo, la tristeza y la aversión.

La pasión del deseo es una agitación del alma que la dirige hacia el futuro y se manifiesta como un afán de conquista. Las pasiones del apetito irascible giran en torno a su objeto que es lo arduo o difícil con vistas a lograr el bien y también respecto a su acercamiento o alejamiento de él. Así, el bien visto como arduo y estimado como alcanzable, es la esperanza. La desesperación sobreviene cuando ese bien se torna inalcanzable. El mal arduo futuro visto como invencible, engendra temor y cuando se tiende hacia él para vencerlo, genera la pasión de la audacia. El mal presente considerado como posible de vencer da lugar a la ira.



Bibliografía
Agustín, S. (1968). La Ciudad de Dios. Madrid: BAC.
Ballester, P. J. (s.f.). autores catolicos. Recuperado el 25 de noviembre de 2010, de http://www.autorescatolicos.org/jesusmartiballestertr.htm
Manzanedo, M. F. (2004). Las pasiones según Santo Tomás . Salamanca, España: San Esteban.
Olleta, J. E. (23 de junio de 2009). Filosofía para maestros. Recuperado el 25 de noviembre de 2010, de http://filosofiammn.blogspot.com/2009/06/virtud-en-santo-tomas.html
Olleta, J. E. (s.f.). La torre de babel. Recuperado el 25 de noviembre de 2010, de http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiamedievalymoderna/SantoTomas/VirtudesMorales.htm
Viejobueno, G. E. (s.f.). fortunecity. Recuperado el 25 de noviembre de 2010, de http://members.fortunecity.es/mariabo/las_pasiones_y_la_unidad.htm

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